Si en su interior
suena Bach, la música invadirá también todas las esferas celestes, escribía Manuel
Vicent*, en un texto precioso que recupero de nuevo en este blog. La cabaña
puede ser la celda de un monje, o el estudio de trabajo, o el banco de un
parque, o el blog de un amigo. Ahí se pueden encontrar el silencio y la
soledad, necesarios para la creación e imprescindibles para la sabiduría.
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"Cabaña" del Monte Athos |
Dijo Pascal que todo
lo malo que le había ocurrido en la vida se debía a haber salido de su
habitación. Se trata de un pensamiento muy certero, porque, bien mirado, todos
los problemas que uno arrastra a lo largo de los años se derivan del hecho de
haber abandonado aquella cabaña que un día montó en el jardín cuando era niño.
El mito de la cabaña sigue teniendo hoy una fuerza extraordinaria. No hay escritor, artista famoso, político, hombre de negocios o banquero sacudido por el estrés que no sueñe con retirarse durante un tiempo a vivir en una cabaña lejos del mundo. Existen cabañas de muchas clases, según el subconsciente de cada uno; las hay de indio apache, de pastor, de leñador del bosque, de pescador escandinavo, de expedicionario perdido en el desierto, de náufrago en una isla de los mares del sur. Otras adoptan la forma de castillo medieval, con almena o sin almena, recias e inexpugnables. En todos los parques públicos y en los jardines de infancia se montan cabañas para que los niños jueguen a esconderse o a protegerse de unos enemigos imaginarios.
Algunas son muy lujosas, pero ninguna se parece a aquella tan maravillosa y rudimentaria que construimos, cuando éramos niños, con cuatro palitroques y una empalizada de cañas en el desván, en el patio o entre las ramas de un árbol. La seguridad que nos daba aquella cabaña se perdió junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desguarnecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales.
El mito de la cabaña sigue teniendo hoy una fuerza extraordinaria. No hay escritor, artista famoso, político, hombre de negocios o banquero sacudido por el estrés que no sueñe con retirarse durante un tiempo a vivir en una cabaña lejos del mundo. Existen cabañas de muchas clases, según el subconsciente de cada uno; las hay de indio apache, de pastor, de leñador del bosque, de pescador escandinavo, de expedicionario perdido en el desierto, de náufrago en una isla de los mares del sur. Otras adoptan la forma de castillo medieval, con almena o sin almena, recias e inexpugnables. En todos los parques públicos y en los jardines de infancia se montan cabañas para que los niños jueguen a esconderse o a protegerse de unos enemigos imaginarios.
Algunas son muy lujosas, pero ninguna se parece a aquella tan maravillosa y rudimentaria que construimos, cuando éramos niños, con cuatro palitroques y una empalizada de cañas en el desván, en el patio o entre las ramas de un árbol. La seguridad que nos daba aquella cabaña se perdió junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desguarnecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales.
Es evidente que estamos rodeados de basura por todas partes. A cualquier hora
del día nunca deja uno de ser agredido por la sucia realidad, por un acto de
barbarie o de fanatismo.
Pero existen seres privilegiados,
que son capaces todavía de montar a cualquier edad aquella cabaña de la niñez
en el interior de su espíritu para hacerse imbatibles dentro de ella frente a
la adversidad. Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el
universo; si en su interior suena Bach la música invadirá también todas las
esferas celestes.
Este reducto está al alcance de
cualquiera. Basta imaginar que es aquella cabaña en la que de niños nos
sentíamos tan fuertes.* El País, (12-4-09).
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El monje en su celda/cabaña |
Con
otras palabras es lo que viene a decir Basili Girbau, ermitaño de Montserrat. La ermita en la que vive es una de tantas
cuevas que horadan suavemente la montaña sagrada. Está cerrada con una
cristalera, habilitando un reducido espacio que contiene una cama, una mesa,
dos sillas, un hornillo de gas, una estantería con libros, una cruz, un par de
retratos de Ramana Maharshi (Sabio hindú de este siglo) y un altar. Suficiente
para el padre Basili, “El ermitaño de Montserrat”, que lleva quince años
viviendo como Blanquerna, levantándose al alba, rezando y meditando, después de
haber recorrido medio mundo como Ramon Llull. El padre Basil, de 66 años,
luenga y poblada barba, un erudito conocedor de lenguas tan dispares como el
árabe, el alemán o el hebreo, es en la actualidad el único habitante de las
doce ermitas que hay en Montserrat.
- En una sociedad
volcada al consumismo, ¿es posible vivir ascéticamente, como un ermitaño?
- Para el
hombre que quiere hacerlo todo es posible con la ayuda de Dios. Existe una
gracia, un no sé qué, un amor, que me da fuerzas para ir descubriendo que se
puede vivir feliz sin tener que satisfacer tantas necesidades. Hay mucha gente
que cree que si no tiene esto o lo de más allá no puede ser feliz. Y entonces,
cuando quizás lo consigue tras muchos esfuerzos llega la pregunta: “¿Y ahora qué?¿Más
cosas?”.
- ¿Y usted se ha
contestado esta pregunta?
- Vivir.
No se trata de filosofar ni de hacer un discurso, estás aquí ¿Qué más quieres?
Respiras. Tu corazón palpita. ¿Qué importa ayer? ¿Qué importa el mañana? Estás
aquí. Entonces ríe, ríe a reventar. Tienes lo indispensable. No te hace falta
ni más ni menos.
- ¿Cómo tomó la
decisión de retirarse aquí?
-
Generalmente acostumbro a contestar que no lo sé. No existe una explicación
puramente racional, no es sólo la mente la que actúa, es toda una corriente de
vida que toma formas diversas. Aunque, ciertamente, no se me hubiera ocurrido
pedir permiso para vivir en esta ermita si no me hubiera precedido un monje, el
padre Estanislau, que estuvo aquí hasta el año
1972 y que continúa viviendo como ermitaño en otro lugar. Lo que deseo
únicamente es profundizar en mi conciencia. Y con este profundizar creo que
estoy ayudando a todos los hombres; no sólo yo, sino todos los que lo hagan.
También pienso que es importante encontrar aquella dimensión que te ayuda a
realizar la comunión con todas las personas, y esta distancia que te separa de
donde las personas viven juntas, conviven, en cierta forma te ayuda a
comprender mejor que es eso de la convivencia y te hace sentir mucho más cerca
de ellas, aunque de otra manera.
- ¿No resulta difícil
soportar esta soledad?
- Es algo
que habría que preguntar al inquilino de uno de esos bloques anónimos, rodeado
de centenares o miles de personas pero que vive una soledad realmente terrible.
La soledad habita en el corazón.
Dicho queda.
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