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martes, 1 de mayo de 2012

La cabaña solitaria y sonora


      
Si en su interior suena Bach, la música invadirá también todas las esferas celestes, escribía Manuel Vicent*, en un texto precioso que recupero de nuevo en este blog. La cabaña puede ser la celda de un monje, o el estudio de trabajo, o el banco de un parque, o el blog de un amigo. Ahí se pueden encontrar el silencio y la soledad, necesarios para la creación e imprescindibles para la sabiduría.
"Cabaña" del Monte Athos
Dijo Pascal que todo lo malo que le había ocurrido en la vida se debía a haber salido de su habitación. Se trata de un pensamiento muy certero, porque, bien mirado, todos los problemas que uno arrastra a lo largo de los años se derivan del hecho de haber abandonado aquella cabaña que un día montó en el jardín cuando era niño.
            El mito de la cabaña sigue teniendo hoy una fuerza extraordinaria. No hay escritor, artista famoso, político, hombre de negocios o banquero sacudido por el estrés que no sueñe con retirarse durante un tiempo a vivir en una cabaña lejos del mundo. Existen cabañas de muchas clases, según el subconsciente de cada uno; las hay de indio apache, de pastor, de leñador del bosque, de pescador escandinavo, de expedicionario perdido en el desierto, de náufrago en una isla de los mares del sur. Otras adoptan la forma de castillo medieval, con almena o sin almena, recias e inexpugnables. En todos los parques públicos y en los jardines de infancia se montan cabañas para que los niños jueguen a esconderse o a protegerse de unos enemigos imaginarios.

            Algunas son muy lujosas, pero ninguna se parece a aquella tan maravillosa y rudimentaria que construimos, cuando éramos niños, con cuatro palitroques y una empalizada de cañas en el desván, en el patio o entre las ramas de un árbol. La seguridad que nos daba aquella cabaña se perdió junto con nuestra inocencia. Un día dejamos de jugar. A partir de ese momento quedamos desguarnecidos, solos en la intemperie, lejos del mundo de los sueños, frente a unos enemigos reales.
            Es evidente que estamos rodeados de basura por todas partes. A cualquier hora del día nunca deja uno de ser agredido por la sucia realidad, por un acto de barbarie o de fanatismo. 
            Pero existen seres privilegiados, que son capaces todavía de montar a cualquier edad aquella cabaña de la niñez en el interior de su espíritu para hacerse imbatibles dentro de ella frente a la adversidad. Si uno la mantiene limpia es como si estuviera limpio todo el universo; si en su interior suena Bach la música invadirá también todas las esferas celestes. 
            Este reducto está al alcance de cualquiera. Basta imaginar que es aquella cabaña en la que de niños nos sentíamos tan fuertes.* El País, (12-4-09).

El monje en su celda/cabaña
Con otras palabras es lo que viene a decir Basili Girbau, ermitaño de Montserrat. La ermita en la que vive es una de tantas cuevas que horadan suavemente la montaña sagrada. Está cerrada con una cristalera, habilitando un reducido espacio que contiene una cama, una mesa, dos sillas, un hornillo de gas, una estantería con libros, una cruz, un par de retratos de Ramana Maharshi (Sabio hindú de este siglo) y un altar. Suficiente para el padre Basili, “El ermitaño de Montserrat”, que lleva quince años viviendo como Blanquerna, levantándose al alba, rezando y meditando, después de haber recorrido medio mundo como Ramon Llull. El padre Basil, de 66 años, luenga y poblada barba, un erudito conocedor de lenguas tan dispares como el árabe, el alemán o el hebreo, es en la actualidad el único habitante de las doce ermitas que hay en Montserrat.
- En una sociedad volcada al consumismo, ¿es posible vivir ascéticamente, como un ermitaño?
- Para el hombre que quiere hacerlo todo es posible con la ayuda de Dios. Existe una gracia, un no sé qué, un amor, que me da fuerzas para ir descubriendo que se puede vivir feliz sin tener que satisfacer tantas necesidades. Hay mucha gente que cree que si no tiene esto o lo de más allá no puede ser feliz. Y entonces, cuando quizás lo consigue tras muchos esfuerzos llega la pregunta: “¿Y ahora qué?¿Más cosas?”.
- ¿Y usted se ha contestado esta pregunta?
- Vivir. No se trata de filosofar ni de hacer un discurso, estás aquí ¿Qué más quieres? Respiras. Tu corazón palpita. ¿Qué importa ayer? ¿Qué importa el mañana? Estás aquí. Entonces ríe, ríe a reventar. Tienes lo indispensable. No te hace falta ni más ni menos.
- ¿Cómo tomó la decisión de retirarse aquí?
- Generalmente acostumbro a contestar que no lo sé. No existe una explicación puramente racional, no es sólo la mente la que actúa, es toda una corriente de vida que toma formas diversas. Aunque, ciertamente, no se me hubiera ocurrido pedir permiso para vivir en esta ermita si no me hubiera precedido un monje, el padre Estanislau, que estuvo aquí hasta el año 1972 y que continúa viviendo como ermitaño en otro lugar. Lo que deseo únicamente es profundizar en mi conciencia. Y con este profundizar creo que estoy ayudando a todos los hombres; no sólo yo, sino todos los que lo hagan. También pienso que es importante encontrar aquella dimensión que te ayuda a realizar la comunión con todas las personas, y esta distancia que te separa de donde las personas viven juntas, conviven, en cierta forma te ayuda a comprender mejor que es eso de la convivencia y te hace sentir mucho más cerca de ellas, aunque de otra manera.
- ¿No resulta difícil soportar esta soledad?
- Es algo que habría que preguntar al inquilino de uno de esos bloques anónimos, rodeado de centenares o miles de personas pero que vive una soledad realmente terrible. La soledad habita en el corazón.

Dicho queda.

    


          


domingo, 29 de abril de 2012

A vueltas de nuevo con la dictadura de la utilidad

Va por ti, Pedro, por tu continua inspiración y tu inagotable capacidad de crear, siempre desde la amistad y la serena sabiduría; por tu generosidad con todo el que acude a ti y por el desinterés en que se mueve tu larga y rica vida.
UNO de los rasgos de la Modernidad decadente es la dictadura de la utilidad, entendida ésta además en el sentido de lo útil o beneficioso para lo material, con exclusión de toda consideración del espíritu. Se diría que la utilidad es la única fuente y medida del valor, cuando es sólo un tipo y de los menos elevados. Ante esta apoteosis usurpadora e igualitaria de la utilidad materialista, sólo cabe esgrimir la defensa aristocrática y legítima de lo inútil. «¿Para qué sirve la filosofia?» -nos preguntan a veces-. «Para nada», sentimos ganas de responder. Y precisamente en eso, en su falta de utilidad, reside su valor.
            La verdadera filosofía tiene la misma utilidad que, por ejemplo, una cantata de Bach, un lirio de Van Gogh o un atardecer: ninguna. Ser útil consiste en ser medio o instrumento al servicio de otra cosa, que es lo importante. Lo útil no vive sino bajo estricta subordinación y dependencia. No puede ser autónomo. Su sentido lo recibe de otra cosa, a laque necesita para justificarse. Sólo lo inútil es fin en sí mismo. Y sólo lo que es un fin en sí mismo es digno y grande. Schopenhauer lo escribió con terminante claridad: «La obra genial puede ser música, filosofía, pintura o poesía, nunca algo que tenga utilidad o beneficio. Ser inútil y poco beneficioso es una de las características de las obras geniales; es la garantía de su nobleza. Todas las demás obras humanas existen sólo por el mantenimiento o el alivio de nuestra existencia; sólo las que discutimos aquí no lo hacen; sólo existen por si mismas, y han de considerarse en este sentido la flor o el beneficio neto de la existencia». Todo lo que vale la pena encuentra en si mismo su razón de ser. Es, por ello, libre, vive exento de la servidumbre de la utilidad. ¿Tendría sentido preguntar para qué sirve Dios?
            En realidad, la cultura genuina es inútil, en este sentido burgués, materialista y moderno de la utilidad. Así, las páginas culturales de los periódicos habrían de ser oasis de inutilidad, fieles crónicas de lo inútil, es decir, de todo aquello por lo que la vida merece ser vivida. Pero una vez refutada la noción vigente de la utilidad, estamos en condiciones de reconocer la existencia de otro tipo de «utilidad» de naturaleza espiritual. Estas cosas inútiles, como la filosofía, la música y la poesía, son, en su genial inutilidad, las que mejor contribuyen a la tarea de la educación del hombre, es decir, a su experiencia de la grandeza. « ¿Para qué sirve la filosofia?» -nos preguntan a veces-. «Para nada, -contestamos-. La filosofía no es sierva; es señora». Pero tampoco conviene confundir la filosofía con todo lo que se enseña en las universidades y de lo que se habla en los congresos. La filosofía es planta rara que sólo crece en algunas cumbres solitarias, inaccesibles para las muchedumbres. Y es que necesariamente han de ser pocos los espíritus volcados a este devoto e inactual culto de lo inútil.

            Y el P. Thomas Meron**, decía que para responder a las esperanzas de la gente sólo existe un medio: hacerse inútiles. Poco antes de morir, escribía: «Nadie parece comprender qué útil es ser inútil». En un mundo trastornado por el ruido, excitado por la agitación más frenética, devorado por el mito de la eficiencia y del rendimiento, sólo nos queda a los cristianos una posibilidad para ser verdaderamente útiles: reafirmar los valores de la contemplación, es decir, reconquistar el sentido de lo inútil. Nos estamos convirtiendo en esclavos del tiempo y de las cosas. El contemplativo se rebela ante esta esclavitud. Reafirma su propia libertad ante el tiempo y ante las cosas. Sabe perder el tiempo. Y sobre todo sabe colocar a Dios, el único, en el puesto de las cosas. Y no se me diga que la contemplación es una «evasión», un evadirse de los compromisos temporales. Probablemente quien habla de este modo no ha sido capaz de estar media hora en silencio. En realidad no hay nadie tan realista como el contemplativo.

* Ignacio Sánchez Cámara es catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de La Coruña y profesor-investigador en el Instituto Universitario Ortega y Gasset de Madrid.
** Thomas Merton (Prades, Francia, 1915 - Bangkok, 1968), monje trapense, poeta y pensador estadounidense. Está considerado como uno de los escritores sobre espiritualidad más influyentes del siglo XX.

domingo, 22 de abril de 2012

En el día del Libro: Cervantes, Bach, la música y el silencio

http://blogdebibliofilia.blogspot.com.es 
Con el permiso implícito de mi buen amigo José Sierra Pérez, recupero esta entrada de mi anterior blog, por su actualidad y por el interés de cuanto dice. 


CERVANTES ERA UN GRAN AMANTE DEL SILENCIO. Hay muchos pasajes en el Quijote que lo ensalzan. El homenaje más descriptivo que hace Cervantes de él es precisamente creando un marco para la música, cuando dice que “… en aquel sitio el mesmo silencio guardaba silencio a sí mismo…”. (II parte, cap. Lxviii)  Tampoco esta sublime imagen   necesita comentarios.
            Bach trabaja con el silencio en la misma medida que lo hace con los sonidos. En ambos el silencio es una herramienta de trabajo. Del mismo modo que hay que estar callado para oír al que leyere, hay que estarlo para escuchar la música. Hasta ahí casi se ha llegado ya, pero se ha luchado lo suyo. Recuerdo que un director de orquesta –quizá fue Celebidache- paró la orquesta porque oyó un ruido de silla en la sala de conciertos madrileña después de unos breves compases del inicio de un concierto que comenzaba con un gran pianísimo. Cuando le preguntaron por qué había hecho algo tan inusual respondió que no habría tenido sentido la música que seguía. Esto puede ilustrar la sutileza de lo que se quiere decir.
            Principio y fin.                    
            No hay duda ninguna: la pasión de San Mateo de Bach acaba con un gran silencio.
         Pues bien, en las salas de conciertos, especialmente en España, tampoco se respeta este final, sino que en un alarde que todavía no hemos acabado de desterrar, el enteradillo, el que sabe dónde y cómo hay que toser en los conciertos (¡¿Es posible tamaño atraso todavía?!), se precipita con un estruendoso aplauso y bravos, incluso antes de que el emocionado director, instrumentistas y cantantes hayan  terminado de bajar las manos, levantar el arco del violín o cerrar la boca. El silencio y la atmósfera creados por Bach y luego por un centenar de profesionales, y por un buen número de espectadores, queda literal y brutalmente roto por la estupidez  del enteradillo, que, en realidad, no se ha enterado ni entendido nada, y que solo estaba preocupado de mostrar a los demás que sabía cuándo acababa la obra. Naturalmente no faltan quienes se precipitan inmediatamente detrás, como si se les hubiera pisado el “bravo”,  y rompen asimismo el silencio y el mensaje que quedaría colgado en el aire, con aplausos, vítores y bravos, que no dejan recuperarse y volver en sí al director, ni a los instrumentistas ni cantores.  Ni al público inteligente.
            MIENTRAS TANTO, LA ESENCIA DEL MENSAJE QUEDA DESTRUIDA.
            Yo no sé de qué tipo, pero esto, sin duda, es un delito.
            Cuando Händel estrenó El Mesías se le acercó alguien para decirle que le había resultado divertido, o algo así. El maestro le respondió –supongo que con tristeza- que lo sentía mucho, pero él había pretendido hacerle más bueno, antes que divertirle.
            Parece, pues, que hay que saber lo que se escucha o lo que se lee. O estar atento a lo que se nos dice. Lo contrario nos lleva a no sólo no entender la obra, sino a entenderla en sentido contrario. Para evitar eso se hacen las notas al programa. Y para eso se hacen los prólogos a los libros.
            Al igual que hizo en su día Juan Pablo Forner en sus  Exequias de la lengua castellana, en que condenaba a quedarse entre sapos y ranas en la laguna Estigia en lugar de subir al Olimpo  a los autores que queriendo hacer comedia les salía tragedia y a los que queriendo hacer tragedia les salía comedia, habría que poner una multa a los que rompen en público las obras de los grandes maestros e impiden que otros las disfruten y ennoblezcan. Una multa importante. Asimismo, habría que reconvenir de alguna manera a quienes no empiezan el Quijote desde el principio. Decía Verdi que no hay que presentar la música “truncatta”, es decir, en trozos.
           

http://blogdebibliofilia.blogspot.com.es/2011/05/

POR ESO PROPONGO DESDE ESTAS LÍNEAS que de ahora en adelante en la lectura pública que se hace del Quijote el 23 de Abril en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, o donde quiera que se haga, se comience desde el principio, es decir, desde el Prólogo, que forma parte indisoluble de la novela y es explicación maravillosa de ella. Ese sería el mejor homenaje que se le pueda hacer a Cervantes y al Libro. Quizá algunos  no se atreverían a leer en público las verdades que allí se dicen, pero esto no privaría de interés al acto.
            Asimismo, propongo que no sólo no  se aplauda cuando acabe una audición pública de la sublime Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach, sino que se guarde silencio hasta salir de la sala. Ese también sería el mejor homenaje que se le pueda hacer a Bach, a su música y a los espectadores. En España conocemos muy bien el profundo significado que provoca el silencio en muchas de las procesiones de Semana Santa, independientemente de que provoque lágrimas, suspiros o emoción contenida. O en una plaza de toros, que allí también sucede. La representación, los mensajes y la actitud respetuosa se hacen posibles y crecen. A eso me refiero.
            Como se  decía al principio, “Ver, oír y callar” es una magnífica actitud para aprender de los grandes. Pero hay que hacerlo desde el principio hasta el fin, incluyendo el marco. Esta es la verdadera historia.

José Sierra Pérez.
Catedrático Emérito de Rítmica y Paleografía,  Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.