martes, 29 de mayo de 2012

PSALMUS 41


Van  a cumplirse ocho años desde que Juan Pablo II hiciera el siguiente comentario sobre el salmo 41. Ni el propio salmo, cantado hasta el infinito a lo largo de los siglos en la liturgia, ni las palabras del Papa dejan de tener sentido en nuestros días. Texto trágico y esperanzado, aunque a veces incomprensible para el ser humano, en el que resuena la voz de una muchedumbre de personas olvidadas y humilladas en su enfermedad y debilidad, incluso por parte de quienes hubieran debido apoyarlas.     
PSALMUS 41 (40)
Magistro chori. PSALMUS. David.
2 Beatus, qui intellegit de egeno;
in die mala liberabit eum Dominus.
3 Dominus servabit eum et vivificabit eum
et beatum faciet eum in terra
et non tradet eum in animam inimicorum eius.
4 Dominus opem feret illi super lectum doloris eius;
universum stratum eius versabis in infirmitate eius.
5 Ego dixi: “ Domine, miserere mei;
sana animam meam, quia peccavi tibi ”.
6 Inimici mei dixerunt mala mihi:
“ Quando morietur, et peribit nomen eius? ”.
7 Et si ingrediebatur, ut visitaret, vana loquebatur;
cor eius congregabat iniquitatem sibi,
egrediebatur foras et detrahebat.
8 Simul adversum me susurrabant omnes inimici mei;
adversum me cogitabant mala mihi:
9 “ Maleficium effusum est in eo;
et, qui decumbit, non adiciet ut resurgat ”.
10 Sed et homo pacis meae, in quo speravi,
qui edebat panem meum, levavit contra me calcaneum.
11 Tu autem, Domine, miserere mei
et resuscita me, et retribuam eis.
12 In hoc cognovi quoniam voluisti me,
quia non gaudebit inimicus meus super me;
13 me autem propter innocentiam suscepisti
et statuisti me in conspectu tuo in aeternum.
14 Benedictus Dominus, Deus Israel,
a saeculo et usque in saeculum. Fiat, fiat.
         
El Salmo 40 comienza con una bienaventuranza. Tiene por destinatario al auténtico amigo, «el que cuida del pobre y desvalido»: será recompensado por el Señor en el día del sufrimiento, cuando sea él quien se encuentre «en el lecho del dolor» (Cf. versículos 2-4).  Sin embargo, el corazón de la súplica se encuentra en el pasaje sucesivo, donde toma la palabra el enfermo (Cf. versículos 5-10). Comienza su discurso pidiendo perdón a Dios, según la tradicional concepción del Antiguo Testamento que a todo dolor hacía corresponder una culpa: «Señor, ten misericordia, sáname, porque he pecado contra ti» (versículo 5; Cf. Salmo 37). Para el antiguo judío la enfermedad era una llamada a la conciencia para emprender una conversión.
          En ese momento, entran en la escena los malvados, quienes no han venido a visitar el enfermo para consolarle, sino para atacarle (Cf. versículos 6-9). Sus palabras son duras y golpean el corazón de quien ora, que experimenta una maldad que no conoce piedad. Realizarán la misma experiencia muchos pobres humillados, condenados a estar solos y a sentirse un peso para sus mismos familiares. Y si en ocasiones reciben una palabra de consuelo, perciben inmediatamente un tono falso e hipócrita.
         Es más, como decíamos, el que ora experimenta la indiferencia y la dureza incluso por parte de los amigos (Cf. versículo10), que se transforman en figuras hostiles y odiosas. El salmista les aplica el gesto de «alzar el talón», acto amenazador de quien está a punto de pisotear al adversario.
       
        La amargura es profunda cuando quien nos golpea es el «amigo» en quien se confiaba, llamado literalmente en hebreo «el hombre de la paz». Recuerda a los amigos de Job que de compañeros de vida se convierten en presencias indiferentes y hostiles (Cf. Job 19, 1-6). En nuestro orante resuena la voz de una muchedumbre de personas olvidadas y humilladas en su enfermedad y debilidad, incluso por parte de quienes hubieran debido apoyarlas.     
       El Salmo, marcado por el dolor, concluye, por tanto, con un rayo de luz y de esperanza. En esta perspectiva, se comprende el comentario de san Ambrosio a la bienaventuranza inicial (Cf. versículo 2), en el que percibe proféticamente una invitación a meditar en la pasión salvadora de Cristo, que lleva a la resurrección. El padre de la Iglesia recomienda la lectura del Salmo: «Bienaventurado quien piensa en la miseria y en la pobreza de Cristo que, siendo rico, si hizo pobre por nosotros. Rico en su Reino, pobre en la carne, pues cargó sobre sí esta carne de pobres... No padeció, por tanto, en su riqueza, sino en nuestra pobreza. Y por ello, no padeció la plenitud de la divinidad..., sino la carne... ¡Trata de profundizar, por tanto, en el sentido de la pobreza de Cristo, si quieres ser rico! ¡Trata de profundizar en el sentido de su debilidad, si quieres alcanzar la salvación! ¡Trata de penetrar en el sentido de su cruz, si no quieres avergonzarte de ella; en el sentido de su herida, si quieres sanar las tuyas; en el sentido de su muerte, si quieres alcanzar la vida eterna; en el sentido de su sepultura, si quieres encontrar resurrección» («Comentario a los doce salmos« –«Commento a dodici salmi»: Saemo, VIII, Milán-Roma 1980, pp. 39-41).

(Juan Pablo II. Ciudad del Vaticano, 2 de junio de 2004)

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