sábado, 5 de noviembre de 2011

Farinelli. De la capacidad de conmover que tiene la música, y III.

Hemos llegado al final de este recorrido musical/estético/histórico/festivo/humano. Si ya no volviera a escribir nada más en este blog, me consideraría feliz porque he conseguido lo que quería (os lo contaré más adelante). Pero seguiré haciéndolo a mi manera, por muchas personas que lo leen (5.610 en el momento en que escribo esto) y encuentran en su lectura un refugio de paz o un remanso de serenidad. Va por ellos.


Felipe V no quiere levantarse y pasa los días en la cama, musitando palabras incomprensibles, o con un dedo en la boca (como Isabel I de Inglaterra, en sus días finales, en curiosa similitud egregia). Se niega a que le afeiten, laven, vistan y den de comer, peinen y corten las uñas. En ocasiones se cree muerto y grita aterrado. La depresión va evolucionando hacia un tipo de psicosis llamada “síndrome de Cotard”, con estas macabras y atormentadoras ideas delirantes.  Nada ni nadie le interesa. En los accesos esporádicos de furia llega a golpear a la reina. Si no se consigue despertar su interés -la opinión de los médicos es acorde-el rey va a morir.
      Isabel de Farnesio, desesperada, toma, entre otras, una pintoresca decisión.  Envía una embajada a Londres (1737) para traer de allí a «cualquier precio» (y éste va a ser el astronómico de 3000 libras de pensión) al «asombro del mundo” con la esperanza de que logre sorprender al doliente monarca. Farinelli emprende viaje y, llegado a la corte española, es invitado a cantar desde una estancia contigua a la del rey en un intento de meloterapia similar al empleado dos siglos antes con Hugo van der Goes. Felipe V abre los ojos, levanta la cabeza y, por primera vez en muchos días, habla. El milagro se ha iniciado.  Nuestro rey, bien o mal, sobrevivirá nueve años, durante los cuales, todas las noches, en ritual inamovible, Farinelli le canta las mismas cuatro canciones, a cuyo efecto de caricia sedante para el real tormento se atribuye la supervivencia del monarca.
      Puede imaginarse la preponderancia que ello da a Farinelli en la corte española, y es una proeza mucho mayor que las que realiza en el terreno musical el que en un país de envidiosos, este favorito extranjero, que por tan estrafalario trampolín ha saltado al poder, no suscite hostilidades importantes. ¡Qué sucesión de milagros, diariamente repetidos, de bondad, trato afable, desinterés y elegancia espiritual debió hacer el eunuco inefable para conservar la general simpatía!  Metastasio, el «caro gemelo», sigue con asombro a través de la nunca interrumpida correspondencia y de la ansiosa interrogación a cada viajero que llega de Madrid, este prodigio de convivencia desde el encumbramiento.
      Tanto durante estos últimos años de Felipe V, como durante todos los del reinado de Fernando VI, que le conserva la pensión y el favoritismo, Farinelli es eje de un gran número de actividades de la corte española: en los más inesperados menesteres, como la importación de ejemplares equinos para mejora de la yeguada real. Por supuesto, es en el campo musical donde se le da carta blanca, que aprovecha para convertir la corte española en una de las más cultivadas en este terreno. Bajo su dirección se construye el «Teatro de la ópera del Buen Retiro», que se consideró el mejor de Europa hasta su destrucción.  Selecciona los cantantes y músicos. También los decoradores, y se ocupa de minucias como el buen aprovechamiento de la cera de las velas con que se ilumina el teatro. Farinelli procura aunar el máximo esplendor con una buena administración, y vela con afán sobre los detalles económicos de los diversos festejos de la corte.  El endiosamiento de los cantantes y «prime donne» hace que su traslado desde Barcelona, donde desembarcan, y el alojamiento en Madrid, esté rodeado de suntuosidad; de otro modo no aceptarían venir. Esto sorprende al pueblo, y Farinelli, que estuvo libre de críticas entre los cortesanos, quienes conocían mejor los motivos de su conducta, queda envuelto en la maledicencia popular contra «el Capón que trata a los cantantes como si fuesen Capitanes Generales».
      El mismo afán detallista pone Farinelli en la organización de los «Festejos Reales» de Aranjuez. Allí se traslada la corte en los meses de junio y julio.  Para la distracción real se draga el Tajo y construye un embarcadero alejado algunos kilómetros cauce arriba del palacio, para que pueda descender la que Farinelli llama «flota del Tajo». En ella embarca la corte al atardecer, para regresar al embarcadero de palacio ya de noche, iluminados por miles de luces que se van encendiendo al paso de las naves por toda la ribera.
      Del diseño de los barcos se ocupó Farinelli con sumo esmero. Eran quince, cinco grandes, ocho botes de remos y dos más, uno con forma de venado y el otro de pavo real.  La Real, en ella se embarcan exclusivamente los reyes, un reducidísimo séquito, la tripulación y «ocho músicos, y don Carlos Farinelli, familiar de Sus Majestades». La deslumbrante embarcación, concebida por Farinelli es «de nueva idea, hasta ahora no construida semejante». Para no turbar el silencio en los momentos cumbres, no utiliza sus veinte remos, y es remolcada por una barca, y otras dos que sirven también para llevar las órdenes a las restantes embarcaciones, en que se apiña la corte en sólo tres, pues en la más hermosa, llamada Falúa de Respeto: «no embarca en nadie de la Corte y únicamente sirve para ir de respeto, y para la diversión de SS. MM., que la hacen pasar en muchas ocasiones por delante de la Real, para observar su ligereza, que es grande». «Los botes en forma de venado y de pavo real iban a los lados de la Real.» Los paseos fluviales se inician en 1752 y dan una idea clara de en qué consistía el máximo deleite de la corte de Fernando VI. Duraban unas tres horas, recorriendo, río abajo, -cuatro millas, desde el embarcadero del Sotillo hasta el del Puente de la Reina». Al embarcar y desembarcar sus Majestades, vitoreaba la multitud de espectadores siempre presente, y disparaba salvas la artillería de las naves y de los embarcaderos. Durante el trayecto se organizaba en ciertos puntos una cacería: « prevenidas las redes para que SS.MM. lograsen la diversión de la caza, tirando primero la Reina, y siguiendo el Rey ».
      Lo más notable era, sin embargo, el concierto fluvial y espectáculo nocturno: “en las embarcaciones se servía un espléndido refresco dispuesto por la Casa del Rey”. «Al anochecer se iluminaban los jardines, las orillas del río y las embarcaciones. En medio de la oscuridad de la noche se distinguían vistosamente con innumerables faroles, los palos, vergas, antenas y jarcias de las embarcaciones, sobresaliendo notablemente, con arañas de cristal y varias luces sueltas, la Real y la Falúa de Respeto, de modo que todo el conjunto, con los varios reflejos que causaba en el agua, forjaba el más bello objeto que pueda recrear la vista.»
http://aranjuez.webatu.com/guia/otros/museo_faluas.htm
      Entonces, si no hacía viento, venía el momento supremo. Se dejaba de remar, los botes ayudaban a inmovilizar la nave, y cantaba don Carlos. «Al anochecer cantó don Carlos Farinello dos arias, acompañando el Rey con el clave a la primera, y a la segunda la Reina.» Otro día «cantó un dúo con la Reina», y otro día memorable: « por estar bella la noche sin la humedad de otras don Carlos cantó por tres veces ».
      La reproducción del manuscrito de Farinelli y de las acuarelas de las embarcaciones a todo color se encuentra editada por el Patrimonio Nacional: Fiestas Reales en el reinado de Fernando VI, Madrid, 1972, con detalles también sobre la iluminación que se componía de: “... 40.000 luces, sueltas y en faroles, 8.000 de cera y las 32.000 restantes de sebo”. No extraña que Farinelli hubiese de tener cuidado con la administración de las iluminaciones.
         Bárbara de Braganza, reina y esposa, amable y amada, era gran conocedora de la música, y encarga a Farinelli de la organización de la ópera en Madrid, que lógicamente alcanza un gran esplendor. El fallecimiento de esta reina, que pese a su obesidad patológica -que la amabilidad del pincel no llega a ocultar del todo en sus retratos-, ejerce sobre el rey Fernando VI un enorme atractivo, incluso físico, en añadidura al que su encantadora personalidad justifica, deja a éste inconsolable, y ha de reemprender Farinelli el viejo empeño terapéutico, intentando mitigar con la sublimidad de su arte las penas del monarca.
     
       (Locos egregios. J. Antonio Vallejo Nájera. Planeta Agostini. Memorias de la historia. Barcelona, 1996, p. 99-112).





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