Hemos llegado al final de este recorrido musical/estético/histórico/festivo/humano. Si ya no volviera a escribir nada más en este blog, me consideraría feliz porque he conseguido lo que quería (os lo contaré más adelante). Pero seguiré haciéndolo a mi manera, por muchas personas que lo leen (5.610 en el momento en que escribo esto) y encuentran en su lectura un refugio de paz o un remanso de serenidad. Va por ellos.
Felipe V no quiere levantarse y pasa los días en la cama, musitando palabras incomprensibles, o con un dedo en la boca (como Isabel I de Inglaterra, en sus días finales, en curiosa similitud egregia). Se niega a que le afeiten, laven, vistan y den de comer, peinen y corten las uñas. En ocasiones se cree muerto y grita aterrado. La depresión va evolucionando hacia un tipo de psicosis llamada “síndrome de Cotard”, con estas macabras y atormentadoras ideas delirantes. Nada ni nadie le interesa. En los accesos esporádicos de furia llega a golpear a la reina. Si no se consigue despertar su interés -la opinión de los médicos es acorde-el rey va a morir.
Felipe V no quiere levantarse y pasa los días en la cama, musitando palabras incomprensibles, o con un dedo en la boca (como Isabel I de Inglaterra, en sus días finales, en curiosa similitud egregia). Se niega a que le afeiten, laven, vistan y den de comer, peinen y corten las uñas. En ocasiones se cree muerto y grita aterrado. La depresión va evolucionando hacia un tipo de psicosis llamada “síndrome de Cotard”, con estas macabras y atormentadoras ideas delirantes. Nada ni nadie le interesa. En los accesos esporádicos de furia llega a golpear a la reina. Si no se consigue despertar su interés -la opinión de los médicos es acorde-el rey va a morir.
Isabel de Farnesio,
desesperada, toma, entre otras, una pintoresca decisión. Envía una embajada a Londres (1737) para
traer de allí a «cualquier precio» (y éste va a ser el astronómico de 3000
libras de pensión) al «asombro del mundo” con la esperanza de que logre
sorprender al doliente monarca. Farinelli
emprende viaje y, llegado a la corte española, es invitado a cantar desde una estancia contigua a la del rey en un
intento de meloterapia similar al empleado dos siglos antes con Hugo van der
Goes. Felipe V abre los ojos, levanta la cabeza y, por primera vez en
muchos días, habla. El milagro se ha iniciado.
Nuestro rey, bien o mal, sobrevivirá nueve años, durante los cuales, todas las noches, en ritual inamovible,
Farinelli le canta las mismas cuatro canciones, a cuyo efecto de caricia
sedante para el real tormento se atribuye la supervivencia del monarca.
Puede imaginarse la preponderancia que ello da a Farinelli en la corte
española, y es una proeza mucho mayor que las que realiza en el terreno musical
el que en un país de envidiosos, este favorito extranjero, que por tan estrafalario
trampolín ha saltado al poder, no suscite hostilidades importantes. ¡Qué sucesión de milagros, diariamente
repetidos, de bondad, trato afable, desinterés y elegancia espiritual debió
hacer el eunuco inefable para conservar la general simpatía! Metastasio, el «caro gemelo», sigue con
asombro a través de la nunca interrumpida correspondencia y de la ansiosa
interrogación a cada viajero que llega de Madrid, este prodigio de convivencia
desde el encumbramiento.
Tanto durante estos últimos
años de Felipe V, como durante todos los del reinado de Fernando VI, que le
conserva la pensión y el favoritismo, Farinelli es eje de un gran número de
actividades de la corte española: en los más inesperados menesteres, como la importación de ejemplares equinos
para mejora de la yeguada real. Por supuesto, es en el campo musical donde se le da carta blanca, que aprovecha
para convertir la corte española en una de las más cultivadas en este terreno.
Bajo su dirección se construye el «Teatro de la ópera del Buen Retiro», que se
consideró el mejor de Europa hasta su destrucción. Selecciona los cantantes y músicos. También
los decoradores, y se ocupa de minucias como el buen aprovechamiento de la cera
de las velas con que se ilumina el teatro. Farinelli procura aunar el máximo
esplendor con una buena administración, y vela con afán sobre los detalles
económicos de los diversos festejos de la corte. El endiosamiento de los cantantes y «prime
donne» hace que su traslado desde Barcelona, donde desembarcan, y el alojamiento
en Madrid, esté rodeado de suntuosidad; de otro modo no aceptarían venir. Esto sorprende al pueblo, y Farinelli, que
estuvo libre de críticas entre los cortesanos, quienes conocían mejor los motivos
de su conducta, queda envuelto en la maledicencia popular contra «el Capón
que trata a los cantantes como si fuesen Capitanes Generales».
El mismo afán detallista
pone Farinelli en la organización de los «Festejos Reales» de Aranjuez. Allí se
traslada la corte en los meses de junio y julio. Para la distracción real se draga el Tajo y construye un embarcadero alejado algunos kilómetros
cauce arriba del palacio, para que pueda descender la que Farinelli llama
«flota del Tajo». En ella embarca la corte al atardecer, para regresar al
embarcadero de palacio ya de noche, iluminados
por miles de luces que se van encendiendo al paso de las naves por toda la
ribera.
Del diseño de los barcos se
ocupó Farinelli con sumo esmero. Eran quince, cinco grandes, ocho botes de
remos y dos más, uno con forma de venado y el otro de pavo real. La Real, en ella se embarcan exclusivamente
los reyes, un reducidísimo séquito, la tripulación y «ocho músicos, y don Carlos
Farinelli, familiar de Sus Majestades». La deslumbrante embarcación,
concebida por Farinelli es «de nueva idea, hasta ahora no construida semejante».
Para no turbar el silencio en los momentos cumbres, no utiliza sus veinte
remos, y es remolcada por una barca, y otras dos que sirven también para llevar las órdenes a las
restantes embarcaciones, en que se apiña la corte en sólo tres, pues en la más
hermosa, llamada Falúa de Respeto: «no
embarca en nadie de la Corte y únicamente sirve para ir de respeto, y para la
diversión de SS. MM., que la hacen pasar en muchas ocasiones por delante de la
Real, para observar su ligereza, que es grande». «Los botes en forma de venado
y de pavo real iban a los lados de la Real.» Los paseos fluviales se inician en 1752 y dan una idea clara de en qué
consistía el máximo deleite de la corte de Fernando VI. Duraban unas tres
horas, recorriendo, río abajo, -cuatro millas, desde el embarcadero del Sotillo
hasta el del Puente de la Reina». Al embarcar y desembarcar sus Majestades,
vitoreaba la multitud de espectadores siempre presente, y disparaba salvas la
artillería de las naves y de los embarcaderos. Durante el trayecto se
organizaba en ciertos puntos una cacería: « prevenidas las redes para que SS.MM.
lograsen la diversión de la caza, tirando primero la Reina, y siguiendo el Rey
».
Lo más notable era, sin
embargo, el concierto fluvial y espectáculo nocturno: “en las embarcaciones se
servía un espléndido refresco dispuesto por la Casa del Rey”. «Al anochecer se iluminaban los jardines,
las orillas del río y las embarcaciones. En medio de la oscuridad de la noche
se distinguían vistosamente con innumerables faroles, los palos, vergas,
antenas y jarcias de las embarcaciones, sobresaliendo notablemente, con arañas
de cristal y varias luces sueltas, la Real y la Falúa de Respeto, de modo que todo el conjunto, con los varios
reflejos que causaba en el agua, forjaba el más bello objeto que pueda recrear
la vista.»
http://aranjuez.webatu.com/guia/otros/museo_faluas.htm |
La reproducción del manuscrito
de Farinelli y de las acuarelas de las embarcaciones a todo color se encuentra
editada por el Patrimonio Nacional: Fiestas
Reales en el reinado de Fernando VI, Madrid, 1972, con detalles también
sobre la iluminación que se componía de: “... 40.000 luces, sueltas y en faroles, 8.000 de cera y las 32.000 restantes
de sebo”. No extraña que Farinelli hubiese de tener cuidado con la
administración de las iluminaciones.
Bárbara de Braganza, reina y esposa, amable y amada, era
gran conocedora de la música, y encarga a Farinelli de la organización de la
ópera en Madrid, que lógicamente alcanza un gran esplendor. El fallecimiento
de esta reina, que pese a su obesidad patológica -que la amabilidad del pincel
no llega a ocultar del todo en sus retratos-, ejerce sobre el rey Fernando VI
un enorme atractivo, incluso físico, en añadidura al que su encantadora personalidad
justifica, deja a éste inconsolable, y ha
de reemprender Farinelli el viejo empeño terapéutico, intentando mitigar con la
sublimidad de su arte las penas del monarca.
(Locos egregios. J. Antonio Vallejo
Nájera. Planeta Agostini. Memorias de la historia. Barcelona, 1996, p. 99-112).
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