Transcribo literalmente lo que, cierto día, encontré en la red, en busca del silencio del desierto que acallara el incesante ruido del dolor. No recuerdo la dirección de dónde la tomé. Lo siento.
Después de leer esta cruda vivencia ¿en qué lugar se halla la música? ¿Dónde, nuestro deseo de dominar el mundo de los sonidos depositados en tan bellos manuscritos? Seguramente se halla en el silencio del desierto, donde cualquier ruido se convierte en dulce melodía o en insufrible cantinela.
Por cuestiones personales, últimamente me he visto reflexionando sobre el
dolor físico y sus consecuencias. Espero que me perdonen el atrevimiento de creerme
capacitado para tratar ese tema. Habrá gente que pensará que no soy la persona
más adecuada para hacerlo. Otras hay que lo sufren de manera continuada, y
están destinadas a hacerlo durante toda su vida. Conozco algunos casos y sólo
puedo intuir lo que lo que eso podría llegar a significar habiendo pasado por
alguna que otra crisis, que en mi caso han sido pasajeras, aunque
verdaderamente intensas. Es importante la reflexión, porque el dolor es una
cuestión que puede hacerse presente en cualquier momento y deberíamos estar
preparados para hacerle frente. Es un enemigo cruel y despiadado que acecha
constantemente para conseguir nuevas víctimas vistiendo diferentes ropajes,
distintas enfermedades. Los avances que ha venido teniendo la medicina, junto a
ciertas consideraciones morales impuestas sobre todo por la religión, pueden
llegar a convertirse llegados a casos extremos, más en un peligro que en una
verdadera ayuda. Si se me permite el consejo ya que hemos entrado en un tema
que provoca tanta controversia, no estaría de mas que estando sanos tanto
física como mentalmente, nos decidiéramos a redactar el llamado “Testamento
Vital”, dejando claro a médicos y familiares cuales son nuestras opciones si
llegado el momento no se nos puede consultar.
Pero sigamos hablando del dolor. Yo he llegado a considerarlo
como algo vivo. Un ser maligno cuya ocupación es causar el mayor daño posible.
En mi primera experiencia que pasé hace ya algunos años, así lo sentí y ya
nunca he podido verlo de otra manera. Mantuvimos una guerra en la que llegó a
ganar muchas batallas, pero al final fue derrotado. Nunca pude olvidar los
episodios pasados y durante estos años en que me vi libre sabía que a la menor
oportunidad volvería a presentarse para convertirme de nuevo en otra de sus
presas. Cuando se hace presente en su cara más brutal la finalidad es
convertirse en la única realidad del que lo padece. Se apodera por completo de
tu persona y hace desaparecer lo mejor de tu vida.
Cuando caes de esa manera en sus garras, las sesiones de
tortura se harán interminables. No hay piedad posible. Pero lo último que cabe
es la resignación. Nuestra rebeldía ha de hacerse patente, realizando todo lo
que esté en nuestra mano para combatirlo y nunca, por muy duro que pueda
hacerse, se ha de perder la esperanza de conseguir vencer. Dos son los recursos
a nuestra disposición:
En primer lugar, acudir a los que deberían ser nuestros
aliados en esa lucha: Nuestros seres más cercanos que nos servirán de apoyo, y
los profesionales –médicos y enfermeras- aunque a veces el sistema sanitario y
algunos de los que forman parte de él más parece que colaboren con nuestro enemigo
que con nosotros. No hay que desesperar. En esos casos, hay que seguir
intentándolo hasta encontrar el especialista que acabará por implicarse en
nuestra lucha. A los demás, si es que hemos tenido la desgracia de toparnos con
ellos, hay que mostrarles nuestro desprecio de la forma más práctica: denunciándolos
en las instancias oportunas.
En segundo lugar, pero no menos importante, está el mantener
en alto nuestro ánimo durante todo el tiempo que nos sea posible.
Inevitablemente habrá momentos duros en que decaeremos, pero hemos de conseguir
siempre levantarnos para intentar controlar nosotros a nuestro enemigo y no ser
controlados por él. No es tan poderoso cuando disponemos de los recursos
adecuados, y es vital impedir que el mal, que es tan sólo físico, invada
nuestra mente y se convierta también en sicológico. Siempre que podamos debemos
recuperar nuestra vida, su normalidad, hemos de seguir cultivando nuestros intereses
intelectuales y sociales, regalarnos con el disfrute de las personas y cosas
que nos gustan. Volvernos a sentir nosotros son las pequeñas victorias que
darán sentido a lo que ocurre. Tampoco nos sintamos víctimas, aunque tengamos todas
las papeletas para serlo: Somos combatientes y como tales hemos de
comportarnos.
Una última cuestión. Personalmente, mis mayores satisfacciones
no han llegado cuando hemos logrado aminorar el dolor o acabar con él. Eso lo
que produce es descanso. Han llegado cuando peor me encontraba y quedaban
ánimos para soltar alguna ocurrencia que hacía sonreír a los que se encontraban
alrededor y me demostraba a mí mismo que no me había destruido, que aún podía
burlarme de él, hacerle un corte de mangas mental que no cura físicamente, pero
que sienta de maravilla. Que te den, capullo...
Hay mucha gente que sufre en esta vida. Pero el sufrimiento
del dolor físico intenso y constante es otra cosa. Tanto que los mismos
hospitales ya tienen unidades del dolor. Las leyes y la moral deberían estar al
lado de los que lo padecen, pero desgraciadamente no suele ser así. Eso sería
materia para otro tipo de reflexiones. Hoy sólo quería mostrarles mi cariño a
los pacientes y pedirles valor para mantener en alto el ánimo y seguir
adelante. Como en tantos otros aspectos de la vida, aún nos quedan muchas batallas
por librar a todos para sentirnos derrotados por algo.
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