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CERVANTES ERA UN GRAN AMANTE DEL SILENCIO. Hay muchos pasajes en el Quijote que lo ensalzan. El homenaje más descriptivo que hace Cervantes de él es precisamente creando un marco para la música, cuando dice que “… en aquel sitio el mesmo silencio guardaba silencio a sí mismo…”. (II parte, cap. Lxviii) Tampoco esta sublime imagen necesita comentarios.
Bach trabaja con el silencio en
la misma medida que lo hace con los sonidos. En ambos el silencio es una
herramienta de trabajo. Del mismo modo que hay que estar callado para oír al
que leyere, hay que estarlo para escuchar la música. Hasta ahí casi se ha
llegado ya, pero se ha luchado lo suyo. Recuerdo que un director de orquesta
–quizá fue Celebidache- paró la orquesta porque oyó un ruido de silla en la
sala de conciertos madrileña después de unos breves compases del inicio de un
concierto que comenzaba con un gran pianísimo. Cuando le preguntaron por qué
había hecho algo tan inusual respondió que no habría tenido sentido la música
que seguía. Esto puede ilustrar la sutileza de lo que se quiere decir.
Principio y fin.
No hay duda ninguna: la pasión de San Mateo de Bach acaba
con un gran silencio.
Pues bien, en las salas de conciertos, especialmente en
España, tampoco se respeta este final, sino que en un alarde que todavía no
hemos acabado de desterrar, el enteradillo, el que sabe dónde y cómo hay que
toser en los conciertos (¡¿Es posible tamaño atraso todavía?!), se precipita
con un estruendoso aplauso y bravos, incluso antes de que el emocionado
director, instrumentistas y cantantes hayan
terminado de bajar las manos, levantar el arco del violín o cerrar la
boca. El silencio y la atmósfera creados por Bach y luego por un centenar de
profesionales, y por un buen número de espectadores, queda literal y
brutalmente roto por la estupidez del
enteradillo, que, en realidad, no se ha enterado ni entendido nada, y que solo
estaba preocupado de mostrar a los demás que sabía cuándo acababa la obra.
Naturalmente no faltan quienes se precipitan inmediatamente detrás, como si se
les hubiera pisado el “bravo”, y rompen
asimismo el silencio y el mensaje que quedaría colgado en el aire, con
aplausos, vítores y bravos, que no dejan recuperarse y volver en sí al
director, ni a los instrumentistas ni cantores.
Ni al público inteligente.
MIENTRAS TANTO, LA ESENCIA DEL MENSAJE QUEDA DESTRUIDA.
Yo no sé de qué tipo, pero esto, sin duda, es un delito.
Cuando Händel estrenó El
Mesías se le acercó alguien para decirle que le había resultado divertido,
o algo así. El maestro le respondió –supongo que con tristeza- que lo sentía
mucho, pero él había pretendido hacerle más bueno, antes que divertirle.
Parece, pues, que hay que saber lo que se escucha o lo
que se lee. O estar atento a lo que se nos dice. Lo contrario nos lleva a no
sólo no entender la obra, sino a entenderla en sentido contrario. Para evitar
eso se hacen las notas al programa. Y para eso se hacen los prólogos a los
libros.
Al igual que hizo en su día Juan Pablo Forner en sus Exequias
de la lengua castellana, en que condenaba a quedarse entre sapos y ranas en
la laguna Estigia en lugar de subir al Olimpo
a los autores que queriendo hacer comedia les salía tragedia y a los que
queriendo hacer tragedia les salía comedia, habría que poner una multa a los
que rompen en público las obras de los grandes maestros e impiden que otros las
disfruten y ennoblezcan. Una multa importante. Asimismo, habría que reconvenir
de alguna manera a quienes no empiezan el Quijote
desde el principio. Decía Verdi que no hay que presentar la música “truncatta”,
es decir, en trozos.
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POR ESO PROPONGO DESDE ESTAS LÍNEAS que de ahora en adelante en la lectura pública que se hace del Quijote el 23 de Abril en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, o donde quiera que se haga, se comience desde el principio, es decir, desde el Prólogo, que forma parte indisoluble de la novela y es explicación maravillosa de ella. Ese sería el mejor homenaje que se le pueda hacer a Cervantes y al Libro. Quizá algunos no se atreverían a leer en público las verdades que allí se dicen, pero esto no privaría de interés al acto.
Asimismo, propongo que no sólo
no se aplauda cuando acabe una audición
pública de la sublime Pasión según San
Mateo de Juan Sebastián Bach, sino que se guarde silencio hasta salir de la
sala. Ese también sería el mejor homenaje que se le pueda hacer a Bach, a su
música y a los espectadores. En España conocemos muy bien el profundo
significado que provoca el silencio en muchas de las procesiones de Semana
Santa, independientemente de que provoque lágrimas, suspiros o emoción
contenida. O en una plaza de toros, que allí también sucede. La representación,
los mensajes y la actitud respetuosa se hacen posibles y crecen. A eso me
refiero.
Como se decía al principio,
“Ver, oír y callar” es una magnífica actitud para aprender de los grandes. Pero
hay que hacerlo desde el principio hasta el fin, incluyendo el marco. Esta es
la verdadera historia.
José Sierra Pérez.
Catedrático Emérito de Rítmica y
Paleografía, Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.
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