domingo, 22 de abril de 2012

En el día del Libro: Cervantes, Bach, la música y el silencio

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Con el permiso implícito de mi buen amigo José Sierra Pérez, recupero esta entrada de mi anterior blog, por su actualidad y por el interés de cuanto dice. 


CERVANTES ERA UN GRAN AMANTE DEL SILENCIO. Hay muchos pasajes en el Quijote que lo ensalzan. El homenaje más descriptivo que hace Cervantes de él es precisamente creando un marco para la música, cuando dice que “… en aquel sitio el mesmo silencio guardaba silencio a sí mismo…”. (II parte, cap. Lxviii)  Tampoco esta sublime imagen   necesita comentarios.
            Bach trabaja con el silencio en la misma medida que lo hace con los sonidos. En ambos el silencio es una herramienta de trabajo. Del mismo modo que hay que estar callado para oír al que leyere, hay que estarlo para escuchar la música. Hasta ahí casi se ha llegado ya, pero se ha luchado lo suyo. Recuerdo que un director de orquesta –quizá fue Celebidache- paró la orquesta porque oyó un ruido de silla en la sala de conciertos madrileña después de unos breves compases del inicio de un concierto que comenzaba con un gran pianísimo. Cuando le preguntaron por qué había hecho algo tan inusual respondió que no habría tenido sentido la música que seguía. Esto puede ilustrar la sutileza de lo que se quiere decir.
            Principio y fin.                    
            No hay duda ninguna: la pasión de San Mateo de Bach acaba con un gran silencio.
         Pues bien, en las salas de conciertos, especialmente en España, tampoco se respeta este final, sino que en un alarde que todavía no hemos acabado de desterrar, el enteradillo, el que sabe dónde y cómo hay que toser en los conciertos (¡¿Es posible tamaño atraso todavía?!), se precipita con un estruendoso aplauso y bravos, incluso antes de que el emocionado director, instrumentistas y cantantes hayan  terminado de bajar las manos, levantar el arco del violín o cerrar la boca. El silencio y la atmósfera creados por Bach y luego por un centenar de profesionales, y por un buen número de espectadores, queda literal y brutalmente roto por la estupidez  del enteradillo, que, en realidad, no se ha enterado ni entendido nada, y que solo estaba preocupado de mostrar a los demás que sabía cuándo acababa la obra. Naturalmente no faltan quienes se precipitan inmediatamente detrás, como si se les hubiera pisado el “bravo”,  y rompen asimismo el silencio y el mensaje que quedaría colgado en el aire, con aplausos, vítores y bravos, que no dejan recuperarse y volver en sí al director, ni a los instrumentistas ni cantores.  Ni al público inteligente.
            MIENTRAS TANTO, LA ESENCIA DEL MENSAJE QUEDA DESTRUIDA.
            Yo no sé de qué tipo, pero esto, sin duda, es un delito.
            Cuando Händel estrenó El Mesías se le acercó alguien para decirle que le había resultado divertido, o algo así. El maestro le respondió –supongo que con tristeza- que lo sentía mucho, pero él había pretendido hacerle más bueno, antes que divertirle.
            Parece, pues, que hay que saber lo que se escucha o lo que se lee. O estar atento a lo que se nos dice. Lo contrario nos lleva a no sólo no entender la obra, sino a entenderla en sentido contrario. Para evitar eso se hacen las notas al programa. Y para eso se hacen los prólogos a los libros.
            Al igual que hizo en su día Juan Pablo Forner en sus  Exequias de la lengua castellana, en que condenaba a quedarse entre sapos y ranas en la laguna Estigia en lugar de subir al Olimpo  a los autores que queriendo hacer comedia les salía tragedia y a los que queriendo hacer tragedia les salía comedia, habría que poner una multa a los que rompen en público las obras de los grandes maestros e impiden que otros las disfruten y ennoblezcan. Una multa importante. Asimismo, habría que reconvenir de alguna manera a quienes no empiezan el Quijote desde el principio. Decía Verdi que no hay que presentar la música “truncatta”, es decir, en trozos.
           

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POR ESO PROPONGO DESDE ESTAS LÍNEAS que de ahora en adelante en la lectura pública que se hace del Quijote el 23 de Abril en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, o donde quiera que se haga, se comience desde el principio, es decir, desde el Prólogo, que forma parte indisoluble de la novela y es explicación maravillosa de ella. Ese sería el mejor homenaje que se le pueda hacer a Cervantes y al Libro. Quizá algunos  no se atreverían a leer en público las verdades que allí se dicen, pero esto no privaría de interés al acto.
            Asimismo, propongo que no sólo no  se aplauda cuando acabe una audición pública de la sublime Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach, sino que se guarde silencio hasta salir de la sala. Ese también sería el mejor homenaje que se le pueda hacer a Bach, a su música y a los espectadores. En España conocemos muy bien el profundo significado que provoca el silencio en muchas de las procesiones de Semana Santa, independientemente de que provoque lágrimas, suspiros o emoción contenida. O en una plaza de toros, que allí también sucede. La representación, los mensajes y la actitud respetuosa se hacen posibles y crecen. A eso me refiero.
            Como se  decía al principio, “Ver, oír y callar” es una magnífica actitud para aprender de los grandes. Pero hay que hacerlo desde el principio hasta el fin, incluyendo el marco. Esta es la verdadera historia.

José Sierra Pérez.
Catedrático Emérito de Rítmica y Paleografía,  Real Conservatorio Superior de Música de Madrid.



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