Va por ti, Pedro, por tu continua inspiración y tu inagotable capacidad de crear, siempre desde la amistad y la serena sabiduría; por tu generosidad con todo el que acude a ti y por el desinterés en que se mueve tu larga y rica vida.
UNO de los rasgos de la Modernidad decadente es la dictadura de la utilidad, entendida ésta además en el sentido de lo útil o beneficioso para lo material, con exclusión de toda consideración del espíritu. Se diría que la utilidad es la única fuente y medida del valor, cuando es sólo un tipo y de los menos elevados. Ante esta apoteosis usurpadora e igualitaria de la utilidad materialista, sólo cabe esgrimir la defensa aristocrática y legítima de lo inútil. «¿Para qué sirve la filosofia?» -nos preguntan a veces-. «Para nada», sentimos ganas de responder. Y precisamente en eso, en su falta de utilidad, reside su valor.
UNO de los rasgos de la Modernidad decadente es la dictadura de la utilidad, entendida ésta además en el sentido de lo útil o beneficioso para lo material, con exclusión de toda consideración del espíritu. Se diría que la utilidad es la única fuente y medida del valor, cuando es sólo un tipo y de los menos elevados. Ante esta apoteosis usurpadora e igualitaria de la utilidad materialista, sólo cabe esgrimir la defensa aristocrática y legítima de lo inútil. «¿Para qué sirve la filosofia?» -nos preguntan a veces-. «Para nada», sentimos ganas de responder. Y precisamente en eso, en su falta de utilidad, reside su valor.
La
verdadera filosofía tiene la misma utilidad que, por ejemplo, una cantata de
Bach, un lirio de Van Gogh o un atardecer: ninguna. Ser útil consiste en ser
medio o instrumento al servicio de otra cosa, que es lo importante. Lo útil no
vive sino bajo estricta subordinación y dependencia. No puede ser autónomo. Su
sentido lo recibe de otra cosa, a laque necesita para justificarse. Sólo lo
inútil es fin en sí mismo. Y sólo lo que es un fin en sí mismo es digno y
grande. Schopenhauer lo escribió con terminante claridad: «La obra genial puede
ser música, filosofía, pintura o poesía, nunca algo que tenga utilidad o
beneficio. Ser inútil y poco beneficioso es una de las características de las
obras geniales; es la garantía de su nobleza. Todas las demás obras humanas
existen sólo por el mantenimiento o el alivio de nuestra existencia; sólo las
que discutimos aquí no lo hacen; sólo existen por si mismas, y han de
considerarse en este sentido la flor o el beneficio neto de la existencia».
Todo lo que vale la pena encuentra en si mismo su razón de ser. Es, por ello,
libre, vive exento de la servidumbre de la utilidad. ¿Tendría sentido preguntar
para qué sirve Dios?
En
realidad, la cultura genuina es inútil, en este sentido burgués, materialista y
moderno de la utilidad. Así, las páginas culturales de los periódicos habrían
de ser oasis de inutilidad, fieles crónicas de lo inútil, es decir, de todo
aquello por lo que la vida merece ser vivida. Pero una vez refutada la noción
vigente de la utilidad, estamos en condiciones de reconocer la existencia de otro
tipo de «utilidad» de naturaleza espiritual. Estas cosas inútiles, como la
filosofía, la música y la poesía, son, en su genial inutilidad, las que mejor
contribuyen a la tarea de la educación del hombre, es decir, a su experiencia
de la grandeza. « ¿Para qué sirve la filosofia?» -nos preguntan a veces-. «Para
nada, -contestamos-. La filosofía no es sierva; es señora». Pero tampoco
conviene confundir la filosofía con todo lo que se enseña en las universidades
y de lo que se habla en los congresos. La filosofía es planta rara que sólo
crece en algunas cumbres solitarias, inaccesibles para las muchedumbres. Y es
que necesariamente han de ser pocos los espíritus volcados a este devoto e
inactual culto de lo inútil.
Y el P. Thomas Meron**, decía que para
responder a las esperanzas de la gente sólo existe un medio: hacerse inútiles.
Poco antes de morir, escribía: «Nadie parece comprender qué útil es ser
inútil». En un mundo trastornado por el ruido, excitado por la agitación más
frenética, devorado por el mito de la eficiencia y del rendimiento, sólo nos
queda a los cristianos una posibilidad para ser verdaderamente útiles:
reafirmar los valores de la contemplación, es decir, reconquistar el sentido de
lo inútil. Nos estamos convirtiendo en esclavos del tiempo y de las cosas. El
contemplativo se rebela ante esta esclavitud. Reafirma su propia libertad ante
el tiempo y ante las cosas. Sabe perder el tiempo. Y sobre todo sabe colocar a
Dios, el único, en el puesto de las cosas. Y no se me diga que la contemplación
es una «evasión», un evadirse de los compromisos temporales. Probablemente
quien habla de este modo no ha sido capaz de estar media hora en silencio. En
realidad no hay nadie tan realista como el contemplativo.
* Ignacio Sánchez Cámara es catedrático
de Filosofía del Derecho de la Universidad de La Coruña y profesor-investigador
en el Instituto Universitario Ortega y Gasset de Madrid.
** Thomas Merton (Prades, Francia, 1915 - Bangkok, 1968), monje
trapense, poeta y pensador estadounidense. Está considerado como uno de los escritores sobre
espiritualidad más influyentes del siglo
XX.
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