A Pura, una mujer entrañable, llena de bondad y simpatía,
de ingenio quijotesco, de sonrisa fácil y memoria quebradiza,
pero siempre llena de dulzura y de serenidad,
que camina hacia el silencio y el olvido de todo.
Muchas veces, Pura, nos has escuchado cantar los "cantos gregorianos" y el órgano, y el clave, y la espineta, y el violín, y... tanta música. Y hasta, emocionado, te he escuchado cantar, a voz en grito, la Salve Regina, al acabar el bautizo de una de tus nietas.
Ahora que ya apenas escuchas nuestros cantos, ni nuestros nuevos proyectos, estoy seguro que, aun sin poderlo expresar, tu mente y sobre todo tu corazón está lleno de melodías que suben y que bajan, como mariposas. Y sé que cuando enmudeces y te aíslas de lo que te rodea, todos esos sonidos acumulados a lo largo de los años resuenan en tu interior y te hacen la mujer más feliz del mundo, aunque quienes te rodean no sepan verlo. Tus ojos, tu boca, tus oídos se cierran, pero se abre tu corazón, y en él sólo hay un gran amor transformado en música
Estoy seguro de que Francisco de Rioja* pensaba en ti cuando escribió esta hermosa poesía, que hoy te dedicamos.
PURA, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo?
y no valdrán las puntas de tu rama,
ni tu púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado presurosa.
El mismo cerco alado,
que estoy viendo riente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blandas plumas,
y oro en su cabello dio a tu frente.
¡Oh fiel imagen suya peregrina!
Bañóte en su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas;
¿y esto, purpúrea flor, y esto no pudo
hacer menos violento el rayo agudo?
Róbate en una hora,
róbate silencioso su ardimiento
el color y el aliento;
tiendes aún no las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia, tu nacimiento o muerte llora.
* Francisco de Rioja, (Sevilla, 1583 – Madrid, 1659), poeta y erudito español, se licenció en leyes, se ordenó y fue canónigo de la catedral de Sevilla; fue renombrado teólogo y jurista, y amigo y protegido del Conde de Sanlúcar y Duque de Olivares. Fallecido éste, se retiró a Sevilla cansado y desengañado de las fortunas de la Corte.
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