DE LOS"AMIGOS DEL CANTO GREGORIANO" A
MANUEL PALLÁS BADÍA
(+1-6-99)
Amigo:
Voy a tratar de no hacer mucho ruido con mis palabras; como tú desearías. Tú que pasaste por esta vida de puntillas para no molestar, mereces el respeto de que lo que diga sea solamente un suave murmullo; como te mereces. No obstante, el corazón desearía alzar la voz para que todo el mundo supiera que no vamos a poder olvidarte; ni llenar tu ausencia.
Manuel: te recordaremos siempre como la dulzura y la poesía del gregoriano. Gesticulabas con las manos y con la boca, con tal suavidad, que parecías susurrar el canto. Cuando levantabas los brazos y las manos, como acariciando las olas de un mar imaginario, tu cuerpo se elevaba al mismo tiempo, llevando el ritmo de la melodía y dejándote caer sobre las puntas de los pies, como si cabalgases, tal como decías, sobre un caballito de las ferias. El ritmo era una suave danza en tu afán de ilustración. Demostrabas tal gozo en tus ademanes, en la entonación, en todo cuanto decías y hacías, que contagiabas el gozo por el canto. Deseabas que aprendiéramos a vo-ca-li-zar, poniendo boca de pez y a si-la-be-ar, palabreando cada frase, pero sin olvidarnos de los acentos, que es una cosa sumamente trascendental en el gregoriano; la nota que corresponde al acento, recalcabas, siempre es la justa, la más idónea, puesta a propósito y en el sitio que le corresponde. Y continuabas adoctrinando: el texto debemos leerlo solo con el rabillo de un ojo; con el resto de éste y el otro completo, debíamos mirarte con atención, a tus gestos, a tu boca, a tus manos que gesticulaban acompasadamente, a la vez que con los dedos simulabas un alfabeto para mudos, con la inicial de cada sílaba. Y añadías: hay que matizar los sentimientos y jamás podremos hacerlo, si desconocemos lo que dicen los textos latinos. Y los traducías al castellano, una y otra vez, hasta que nuestro tono de voz se correspondía con la letra. Así eras tú y tu espíritu lo sigue siendo entre nosotros.
La tarde del ensayo, cuando supimos tu muerte, puestos en pie te cantamos In Paradisum, en la forma que a ti te hubiera gustado, ya que todos teníamos la certeza de que entonces ya gozabas del Paraíso de los nobles de corazón, de los humildes, de los silenciosos y que debe ser el Paraíso más hermoso de todos los posibles.
Espéranos ahí, maestro; ve preparando el diapasón y las partituras, que juntos formaremos el coro de Canto Gregoriano más grande y mejor templado de todos los hasta ahora conocidos. Hasta luego, amigo.
Por todos los compañeros del Coro "Amigos del Canto Gregoriano",
MANUEL PALLÁS BADÍA
(+1-6-99)
Amigo:
Voy a tratar de no hacer mucho ruido con mis palabras; como tú desearías. Tú que pasaste por esta vida de puntillas para no molestar, mereces el respeto de que lo que diga sea solamente un suave murmullo; como te mereces. No obstante, el corazón desearía alzar la voz para que todo el mundo supiera que no vamos a poder olvidarte; ni llenar tu ausencia.
Manuel: te recordaremos siempre como la dulzura y la poesía del gregoriano. Gesticulabas con las manos y con la boca, con tal suavidad, que parecías susurrar el canto. Cuando levantabas los brazos y las manos, como acariciando las olas de un mar imaginario, tu cuerpo se elevaba al mismo tiempo, llevando el ritmo de la melodía y dejándote caer sobre las puntas de los pies, como si cabalgases, tal como decías, sobre un caballito de las ferias. El ritmo era una suave danza en tu afán de ilustración. Demostrabas tal gozo en tus ademanes, en la entonación, en todo cuanto decías y hacías, que contagiabas el gozo por el canto. Deseabas que aprendiéramos a vo-ca-li-zar, poniendo boca de pez y a si-la-be-ar, palabreando cada frase, pero sin olvidarnos de los acentos, que es una cosa sumamente trascendental en el gregoriano; la nota que corresponde al acento, recalcabas, siempre es la justa, la más idónea, puesta a propósito y en el sitio que le corresponde. Y continuabas adoctrinando: el texto debemos leerlo solo con el rabillo de un ojo; con el resto de éste y el otro completo, debíamos mirarte con atención, a tus gestos, a tu boca, a tus manos que gesticulaban acompasadamente, a la vez que con los dedos simulabas un alfabeto para mudos, con la inicial de cada sílaba. Y añadías: hay que matizar los sentimientos y jamás podremos hacerlo, si desconocemos lo que dicen los textos latinos. Y los traducías al castellano, una y otra vez, hasta que nuestro tono de voz se correspondía con la letra. Así eras tú y tu espíritu lo sigue siendo entre nosotros.
La tarde del ensayo, cuando supimos tu muerte, puestos en pie te cantamos In Paradisum, en la forma que a ti te hubiera gustado, ya que todos teníamos la certeza de que entonces ya gozabas del Paraíso de los nobles de corazón, de los humildes, de los silenciosos y que debe ser el Paraíso más hermoso de todos los posibles.
Espéranos ahí, maestro; ve preparando el diapasón y las partituras, que juntos formaremos el coro de Canto Gregoriano más grande y mejor templado de todos los hasta ahora conocidos. Hasta luego, amigo.
Por todos los compañeros del Coro "Amigos del Canto Gregoriano",
Manuel Pérez
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